Supe que estaba embarazada y tuve miedo. No había concluido la universidad y pensé que no iba a poder terminar mi carrera. No estaba casada. Me preocupaba no darle a mi hijo todo lo que necesitara. Sufrí de ansiedad. No sabía qué iban a decir ni cómo reaccionarían mis papás al conocer la noticia. Guardé el secreto durante un mes. Cuando lo revelé, mandé al hospital a mi papá. Él también estaba asustado.
Pero, conforme pasó el tiempo, los temores se fueron desvaneciendo. A los miedos los venció el amor. Mi familia me rodeó de cariño. Son mi roca. Saber que mi hijo era querido me dio mucha seguridad. Cuando Mateo nació, se acabaron los miedos. Cuando lo vi todo cobró sentido. Entendí que todo había valido la pena.
Más racionalmente creería que cuando él nació, el miedo se fue porque tuve que reaccionar, no podía pasar toda la vida llorando. No hay que dejar que el miedo te venza. Y de allí para acá, nuestra historia ha sido un recorrido apasionante. Con retos pero con muchas, muchísimas alegrías. Es más, no cambiaría nada de la historia de mi maternidad porque todo me ha convertido en lo que soy ahora.
Y todo a pesar de los constantes obstáculos. Quizá los más grandes que yo he encontrado son de tipo económico y laboral. En el trabajo he tenido que elegir para hacer el mejor balance posible. Si eres mamá soltera tienes que demostrar que el trabajo es tu prioridad. Te ven mal si un día pides permiso para ausentarte e ir a recoger las notas de tu hijo… Me llevó siete años entender que la prioridad, independientemente de las necesidades que tuviera, es Mateo. Y que debía tomar mis decisiones laborales basadas en su bienestar. No hay sueldo que pague estar lejos de tu hijo. Así que empecé a trabajar de forma independiente y estoy ahora trabajando en el área de comunicación digital.
Mi mayor reto es enseñarle a Mateo a ser feliz. No quiero un hijo perfecto, sino feliz. A cualquier mamá que enfrente algún miedo le diría que tenga fe porque Dios nunca abandona a una mamá, ¡jamás!
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