El 90% de los Down en España son abortados, según nos contaba recientemente el ginecólogo Esteban Rodríguez. Los estudios del periodo gestacional (como la famosa prueba de la amniocentesis) están fomentando, en la práctica, una especie de “limpieza étnica”.
Ya que la mayoría de los padres deciden abortar cuando les informan de que el niño que esperan tiene la trisomía 21, comúnmente llamada síndrome de Down.
España no es una excepción en Occidente, en donde ese tipo de protocolos se convierte en un test de eugenesia. Si el niño está sano, rollizo y con ojos azules, me lo quedo. Pero si tiene malformaciones o algún tipo de anomalía -como ser Down- entonces me quito el problema de encima.
¿Qué diferencia hay, entonces, con la Esparta en la que el bebé débil era arrojado por el monte Taigeto, o la Alemania nazi, en la que el discapacitado mental era esterilizado?
El propio doctor Rodríguez explicaba que esos protocolos resultan ser auténticas cacerías, en las que la presa es el niño Down.
Curiosamente no piensan lo mismo los padres que han tenido niños con trisomía 21. Por nada del mundo se desharían de sus hijos y todos sin excepción reconocen que lo que ha venido con esas criaturas no ha sido dolor y frustración, sino más bien alegría y ternura.
El problema es que los Down arrastran toneladas de tópicos y una especie de mala prensa que es difícil cambiar en una sociedad utilitarista y ferozmente competitiva como la nuestra.
Fuente: Alfonso Basallo y la Redacción de Actuall.
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