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Toda buena mamá muere

Estoy esperando el bebe número tres pronto. Y se siente como comenzar de nuevo. Después de dos varones tendremos una niña. Es divertido reunir una nueva colección de ropa y la decoración del cuarto del bebé. Disfruto escuchar a mis hijos hablar de la llegada de su hermanita. Y me entusiasmo imaginándome cómo será tener una hija.
Pero hay una gran diferencia entre esperar el primero y el tercero. Ya he muerto. A pesar de que la maternidad involucra morir muchas veces a diario, tener mi primogénito fue un golpe decisivo.

Embarazo con expectativa

La mayoría de las historias del nacimiento de un niño suenan mágicas. “El bebé nace y el amor instantáneo que sientes es asombroso”, me decían: “no se compara con nada en el mundo”. Las lágrimas de felicidad, la cálida de la emoción, y el lazo instantáneo de amor que parecía normal en otras historias de nacimiento elevaban mis expectativas.
Pero cuando tuve mi primer hijo, no experimenté ninguna de esas cosas. Después de estar en el proceso de parto por veinticuatro horas, las únicas lágrimas que derramé fueron de dolor y frustración. Traté de pujar mi hijo por una hora y media. Mi mente terminó en blanco. No recuerdo más, algunas palabras e imágenes se nublan en mi cerebro.
Cuando mi hijo salió y mi doctor me dijo por cuánto tiempo había estado en trabajo de parto, quedé impactada. Mi mente había perdido toda noción del tiempo, y mi cuerpo había tomado control.
No sentí la cálida conexión inicial de mamá y bebé. Tuve mi hijo por unos segundos en mis brazos y luego lo llevaron a la incubadora para poder monitorearle algunos problemas en sus pulmones. Recuerdo haberme sentido aliviada porque se lo habían llevado por un rato. Pero la mayoría de mis sentimientos estaban anestesiados; mi cuerpo y cerebro estaban en estado de shock.

Muerte y resurrección

Cuando llegamos a casa, el bebé lloró toda la noche, y yo también. Al llegar la noche, temía las horas por venir. Mi propio cuerpo se volvía en contra mío también. A medida que el cambio hormonal se levantaba en mi interior, me sentía sola todo el tiempo y lloraba mucho sin razón. Se suponía que tenía que ser un tiempo feliz de dar vida y cuidado, pero me sentía morir.
Había tenido la expectativa de pasar esos días celebrando la nueva vida, pero en cambio me encontraba experimentando un sentimiento de muerte. Esto me impactó, pero no debería haber estado sorprendida. Como sucede a menudo, la muerte precede la vida. Es un patrón que Dios entreteje en nuestras vidas. Es el ejemplo que Jesús también dejó para nosotros. Su vida nos muestra que debemos morir para experimentar la nueva vida en nuestros corazones. Pablo dice en Filipenses 3:10, “y conocerle a Él, el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos, llegando a ser como Él en su muerte”.
Debemos llegar a ser como Él en su muerte para conocer el poder de su resurrección. Esto se cumple en los mártires que fueron quemados en la hoguera y para las nuevas mamás que se enfrentan a las noches sin dormir. Es cierto al final de nuestras vidas y a lo largo de nuestros días en la tierra. Debemos enterrarnos como un grano de trigo para que nuestra muerte produzca fruto (Juan 12:24).

Abrazar la muerte

La muerte es una parte única de la maternidad. Como mujeres experimentamos un cambio drástico integral con el nacimiento de nuestro primer hijo. Tomamos una nueva identidad, nuestro cuerpo es usado de nuevas maneras, nuestra mente está ocupada con tantas cosas al mismo tiempo que nunca fueron consideradas antes, y nuestro corazón encuentra un nuevo lugar llamado hogar. Nuestra vida de golpe gira alrededor de un niñito exigente nos guste o no.
Tan pronto como el bebé llega a este mundo, llora por su madre. Esto requiere mucha presión y quebrantamiento. Nuestra independencia es aniquilada durante todo el día, a medida que morimos a nuestras viejas maneras para asumir un nuevo papel.
Pero a través de esa muerte, la belleza nace. Dios usa la maldición de la muerte para traer una nueva vida. Y es la única manera de gozar la verdadera vida. Como dice Pablo “porque ya que la muerte entró por un hombre, también por un hombre vino la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados (1 Corintios 15:21-22) Gracias al segundo hombre tenemos resurrección en nuestras almas porque “nuestro hombre interior se renueva día a día” (2 Corintios 4:16).
Pero primero tenemos que ser crucificados junto con Cristo (Gálatas 2:20). Dios utiliza la muerte que encierra nuestra maternidad para llevarnos a vida. A pesar de que se siente morir a lo largo del día, él nos renueva interiormente. Cuando abrazamos la muerte diaria que enfrentamos como madres, podemos entregarle humildemente nuestra batalla a Dios. Él nos encontrará en nuestra depresión, ansiedad, estrés, falta de sueño, enojo, frustración, y falta de paciencia. Estamos exactamente donde Dios nos quiere. Esta humilde aceptación es tierra fértil para una nueva y profunda vida.

Entrando por la puerta de la maternidad

Mi momento de resurrección fue cuando vi lo que Dios hacia morir en mí: mi autosuficiencia. La maternidad me ha mostrado que no soy suficientemente fuerte ni buena. No hay nada en mí, o propio que pueda hacerme suficiente.
La maternidad me ha hecho humilde. Me ha demostrado lo débil y necesitada que estoy. Esta es una buena muerte para morir y la experimento diariamente. Cada día soy consciente de mi debilidad y de mi gran necesidad de que Cristo obre en mí y en mis hijos.
Cuando admitimos que somos madres débiles, nos damos cuenta completamente de lo fuerte del Dios al cual servimos. Este es el lugar para morir donde Dios desciende como una ráfaga y nos muestra su poder de resurrección en nosotros (2da Corintios 12:9-10). En él somos suficientemente fuertes para todas las muertes diarias de nuestra maternidad, y podemos mirarlo a Él para traer el fruto de la nueva vida en nuestra alma.
Cuando fui madre por primera vez no esperaba muerte. Estaba sorprendida por la terrible lucha. Pero ahora estando embarazada de mi tercer hijo, estoy mejor preparada para aceptarla. La muerte que sentí con mi primogénito se ha tornado en anticipación con mi tercero. Sé que todavía habrá batallas por delante, pero me siento con más confianza en la gracia de Dios hacia mí, más dispuesta a aceptar mi debilidad, y más preparada para ser desgastada y quebrantada por causa de Él y por mi bebita. Dios ha hecho nacer vida de mi muerte, haciéndome por lo tanto más como Cristo. He podido experimentar la muerte y resurrección de Jesús caminando a través de la puerta de la maternidad.

Liz Wann (vive en Filadelfia con su esposo y dos hijos. Ella es ama de casa y editora en jefe de Morning by Morning y escribe en lizwann.com.
__________________________________Fuente: DesiringGod


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